Por Cecilia Galli Guevara
Emmi Pikler concebió una
nueva forma de ver el niño pequeño. Para ella el bebé es un ser capaz de
desarrollarse de forma autónoma. Las diferentes fases del desarrollo motor se
dan cuando el bebé está preparado para ello, sin la ayuda del adulto. Éste se
convierte en mero observador de las actividades del niño, mostrándole su apoyo
y cariño en momentos especiales, como en los cuidados cotidianos. En este blog
puedes leer información acerca la doctora Pikler y sus ideas pedagógicas.
Los bebés aprenden a
moverse solos
Es muy común que ayudemos
a nuestros pequeños a moverse y que les enseñemos a sentarse y a caminar. Pero
¿es beneficioso para ellos? Luego de años de estudios, la especialista Emmi
Pikler concluyó que el desarrollo motor surge de manera espontánea y que las
enseñanzas de los grandes pueden no ser lo mejor para los chicos.
No es poco común que,
cuando nace un niño, sus padres, aunque disfrutemos plenamente de cada etapa,
imaginemos con ilusión el próximo paso del bebé: cuando sostenga la cabeza,
cuando se siente, cuando camine… Y también es muy corriente que “ayudemos” a nuestra
cría a hacer movimientos que, por su edad, todavía no puede realizar. Así, por
ejemplo, los sentamos protegidos y hasta sostenidos por almohadones para que no
puedan caerse, porque todavía no pueden mantenerse erguidos. O, con pocos meses
de vida, los ponemos de pie pensando que ellos lo piden, malinterpretando una
necesidad del niño de ser llevado en posición vertical para observar el mundo
desde esa perspectiva. Pero puede ser que –como observó la pediatra Emmi Pikler
en el hogar para niños que dirigió en Budapest– esta intervención no sea
necesaria, y que por el contrario sea perjudicial.
Emmi Pikler (1902-1984)
fue una importante pediatra húngara que dirigió el Instituto metodológico de
educación y cuidados de la primera infancia de Budapest (conocido como
Instituto Lóczy, hoy llamado Instituto Pikler), fundado para bebés que
necesitaban cuidados prolongados lejos de sus familias. Creó un sistema
educativo basado en el respeto al niño, en el que el adulto adopta una actitud
no intervencionista que favorece el desarrollo.
Pikler estaba convencida
de que el desarrollo motor es espontáneo; y aseguraba que, si se les
proporcionan ciertas condiciones, los niños alcanzan por sí mismos un
desarrollo motor adecuado. El adulto no “enseña” movimientos ni ayuda a
realizarlos, y los niños se mueven y se desarrollan regidos por su propia
iniciativa. Por otro lado, no se le impide al niño la realización de ningún
movimiento, por lo que en este sentido es completamente libre: si un niño que
camina quiere reptar y rodar, no hay nada de malo en eso.
¿Pero no es bueno que los
adultos “ayudemos” a nuestros niños y les “enseñemos” a realizar los
movimientos? A esta pregunta Emmi Pikler respondía que “ayudar” a los niños
cuando ellos no están listos para realizar ciertos movimientos por sí mismos es
perjudicial. Y explicaba que muchas veces el adulto actúa motivado por la
costumbre: estamos habituados a hacerlo, y eso nos resulta habitual. Pero que
exista el hábito no significa que sea beneficioso.
En su libro Moverse en
libertad, la pediatra observa varios inconvenientes de esta ayuda modificadora
del adulto:
Primero, al poner al niño
en una postura que no podría adoptar por sí mismo lo obligamos a estar inmóvil:
el niño no puede salir de esa posición. Si, por ejemplo, echamos boca abajo a
un bebé pequeño, en contraposición con dejarlo boca arriba, donde puede
moverse, tomar sus pies, mirar para los costados, estamos frenando su capacidad
de movimiento.
En segundo lugar, las
posiciones en las que ponemos a los niños no son normales para él o ella; como
consecuencia, la postura de los músculos no es natural, es forzada, y los
músculos quedan tensos o con malas posiciones.
Por último, el niño que
hemos puesto en una posición a la que no puede llegar solo queda condenado a
depender del adulto para cambiar de postura. Estaremos fomentando su
dependencia del adulto y frenando su desarrollo autónomo.
Además, con intervención
del adulto, el niño pierde etapas intermedias de su desarrollo motor, como el
reptar (muchas veces cuando un niño que está sentado decide deslizarse para
reptar, sus cuidadores lo levantan y vuelven a sentarlo, inhibiendo su voluntad
y ejerciendo una prohibición sobre el movimiento) o el gatear, etapas que son
necesarias antes de adoptar posturas nuevas y de conquistar destrezas más
avanzadas.
Para permitirles libertad
de movimiento a los niños, dice Emmi Pikler, es importante que ellos tengan
espacio suficiente para moverse y ropa que les permita mover sus miembros
cómodamente. El espacio para los niños debe además ser seguro y estar adaptado
a ellos. Y si bien el adulto está siempre junto al niño y lo incentiva a
desarrollarse, no debería ofrecerle su ayuda en lo que a movimientos respecta:
no se lo sienta, no se lo pone de pie, no se le ofrece un dedo para que pueda
sostenerse ni se lo “tienta” con juguetes para que avance. La autora aclara que
la no intervención del adulto no se debe a una falta de interés en el niño; por
el contrario, los adultos festejan con regocijo el adelanto del niño, como lo
harían si ellos hubieran intervenido en el desarrollo de manera activa. Por
último, el adulto debe mantener con el niño una relación paciente y respetuosa.
Es probable que si
estamos acostumbrados a ayudar a nuestros hijos en sus movimientos, nos resulte
difícil no precipitarnos a intervenir en su desarrollo motor: uno, como padre,
quiere lo mejor para sus bebés; y que aprendan a moverse rápidamente y sin
contratiempos puede parecernos parte de ese “darle lo mejor”. Pero informarnos
sobre distintas corrientes y estudios referentes a su desarrollo, y considerar
darles una oportunidad, puede ser beneficioso para ellos y, como consecuencia,
también para nosotros.
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