Alteraciones del
desarrollo infantil: un enfoque diferente, una nueva esperanza
Fatima Amezkua, responsable de comunicación de la
Asociación Laztana, enero 2016
Los
seres humanos nacemos muy inmaduros y altamente dependientes de los cuidados de
nuestros progenitores no solo para crecer sino para seguir desarrollándonos.
Los tres primeros años de vida, pero sobretodo el periodo gestacional y el
primer año de vida, son fundamentales para el correcto desarrollo motor,
sensorial y neuronal que sentará las bases para el posterior desarrollo
emocional y cognitivo de la persona. Es por esta razón que las niñas y niños
pequeños y las mujeres embarazadas son los más sensibles y vulnerables al
impacto de distintos factores externos que pueden perturbar el normal desarrollo
infantil.
Las
sociedades modernas conllevan unos modos de vida y consumo que implican altos
niveles de estrés en la vida cotidiana así como una constante exposición a
miles de sustancias químicas combinadas, metales pesados, contaminación
atmosférica, ondas electromagnéticas, etc. Nunca antes los seres humanos habíamos estado expuestos a tantas sustancias
químicas, presentes incluso en los alimentos que ingerimos, y a tantas
radiaciones de las que desconocemos sus efectos a largo plazo. Somos cobayas de
una experimentación a escala mundial en la que, obviando el principio de
precaución, se espera a que los efectos negativos de una sustancia se
demuestren claramente dañinos para proceder a limitar su uso. Y, lo que es
peor, nadie regula la influencia sobre las personas de la combinación de dos o
más de estas sustancias potencialmente tóxicas cuando diariamente convivimos
con cientos de ellas. La doctora en Medicina
Ambiental, Pilar Muñoz Calero, ha estudiado ampliamente la influencia de estas
sustancias en el ser humano y las patologías en las que incide entre las que se
incluyen alergias, intolerancias y muchas alteraciones del desarrollo infantil.
Algunos de los factores que pueden perturbar el correcto
desarrollo infantil incluyen: factores ambientales como exposición a sustancias
tóxicas -vía placenta o por contacto directo- o a radiaciones
electromagnéticas; problemas durante el periodo gestacional y/o el parto como
altos niveles de estrés durante el embarazo, nacimientos prematuros o partos
por cesárea; carencias afectivas y falta de estimulación sensorial como las
sufridas en su primera etapa de vida por muchos niños y niñas adoptados;
hospitalizaciones prolongadas; largas jornadas en guarderías desde muy bebes;
uso abusivo de sillitas y andadores que limitan el libre movimiento del bebe
tan necesario para su desarrollo motor, etc.
Diversos estudios como los dirigidos por la investigadora Marieta
Fernández Cabrera[1] de la Universidad de
Granada, así como otros muchos centros de investigación a nivel internacional,
han demostrado que los niños y niñas que han vivido alguna de estas
circunstancias tienen mayores probabilidades que el resto de la población de
sufrir algún tipo de alteración del desarrollo infantil y/o del sistema
inmunológico.
Por todo ello, no es extraño
encontrar en nuestro entorno cada vez más niños y niñas que sufren alergias,
intolerancias alimentarias, déficit de atención con o sin hiperactividad
(TDA/H), trastornos del lenguaje, problemas de integración sensorial, autismo o
trastornos del espectro autista (TEA), etc. Si bien es cierto que dificultades
del aprendizaje de diverso tipo, alergias o enfermedades como el autismo
siempre han existido, llama la atención el incremento que algunos diagnósticos
asociados a estos problemas han experimentado en las dos últimas décadas. Por
ejemplo, según la revista Neurología[2], estudios epidemiológicos recientes informan que en 1985 se
registraban 5 casos de autismo por 10.000, mientras que nuevas estimaciones
reportan 1 caso por cada 100 niños y
adolescentes en 2008 –algo evolutivamente imposible si su origen es solo genético y que tampoco se explica solo
por una mejor detección de casos- y en el caso del TDA/H ha pasado de
diagnosticarse al 2% de la población infantil a alcanzar niveles del 15% en
algunos países como EEUU.
Este
tipo de trastornos inciden de forma significativa en
la vida familiar, escolar y social de muchos niños y, cuando afectan a
capacidades atencionales, cognitivas o relacionales, son a veces difíciles de
detectar hasta que los pequeños cursan Educación Primaria. Muchos escolares con
TDA/H, lateralidad cruzada, trastornos del lenguaje, TEA u otras alteraciones
del desarrollo son incomprendidos y el sistema educativo no siempre está
preparado para ofrecerles la ayuda que necesitan.
Muchas
veces la única respuesta que reciben del sistema sanitario y educativo es
medicación farmacológica tal vez complementada con asistencia psicológica
mediante terapia conductual y cognitiva
que -aunque puede resultar positiva- no logra cambios suficientemente
profundos y duraderos pues no corrige la causa del trastorno sino que más bien
ayudan a controlar algunos de los síntomas que produce.
Sin
embargo, hoy día existe una diversidad de métodos terapéuticos que trabajan
estos problemas desde su origen dando una segunda oportunidad al cerebro para
que logre su correcto desarrollo. Están basados en ejercicios de estimulación
cerebral para la reorganización neurofuncional junto a la mejora del estado del
sistema inmunológico acompañada de una alimentación sana, preferiblemente
ecológica. Estos métodos están avalados por profesionales de todo el mundo y
por miles de familias que los han utilizado obteniendo mayores garantías de
éxito sin efectos secundarios para la salud. No se trata de terapias milagrosas
diseñadas por el gurú de turno, sino que están basadas en principios
científicos, estudios contrastados y años de trabajo. En la práctica la
reorganización neurofuncional se logra a través de en una serie de ejercicios
de estimulación cerebral personalizados que padres y madres deben realizar
diariamente en casa con sus hijos y que se complementan con sesiones de terapia
presencial y revisiones por parte de las y los profesionales correspondientes:
neurólogo, optometrista comportamental, especialista en reeducación auditiva,
especialista en integración de reflejos primitivos, etc.
Dos
son las claves que hacen que estos métodos terapéuticos funcionen. Por un lado,
la plasticidad cerebral que, si bien se ha demostrado que es una
capacidad que mantenemos a lo largo de toda la vida, ésta es mucho mayor
durante la infancia. La segunda clave es constancia y repetición pues es
así como nuestro cerebro aprende y se desarrolla. Repitiendo de forma
sistemática y durante el tiempo necesario el tipo de estímulo que cada niño o
niña necesite se logra que el cerebro desarrolle esa área que había quedado
bloqueada o que mejore la conexión neuronal entre áreas del cerebro que
deberían comunicarse con fluidez.
Ante
la falta de información sobre las causas y posibilidades de tratamiento de
estas alteraciones del desarrollo, nace en julio de 2013 Laztana –Asociación
para el desarrollo y la estimulación infantil- con el objetivo de difundir y
facilitar a las familias el acceso a métodos terapéuticos libres de medicación
que trabajan por lograr una maduración neurológica adecuada y un estado
biológico en las mejores condiciones por medios naturales y efectivos.
Cualquier persona interesada puede informarse y contactarnos a través de
nuestra página Web: http://www.asociacionlaztana.org/, en
facebook: https://www.facebook.com/asociacionlaztana o en el email: asociacionlaztana@gmail.com.
[1] Marieta Fernández Cabrera es Doctora en Ciencias
Químicas de la Universidad de Granada y coordinadora en Granada del Proyecto
INMA, INfancia y Medioambiente. http://www.proyectoinma.org
[2] Revista Neurología, Vol. 27, Num. 7,
sep 2012, editorial Elsevier. Publicación científica de la Sociedad
Española de Neurología.
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