Un diamante en bruto
Fatima Amezkua, responsable de
comunicación de la Asociación Laztana, julio 2016
Un diamante
en bruto no parece gran cosa a simple vista. Solo quienes los conocen bien
saben reconocerlos, valorarlos y transformarlos en algo hermoso y muy valioso.
El caso que voy a relatar es precisamente la historia de uno de esos diamantes,
una historia de lucha y superación, de valor y constancia con final feliz.
Lucía (nombre ficticio) fue un
bebe aparentemente normal. Hacia el año de edad pasó de arrastrarse sentada a
empezar a caminar, nunca gateó. Pronto empezó a mostrar reacciones exageradas
frente a la frustración o frente a cualquier cambio en su entorno que escapara
de su control. Entre los 2 y los 5 años
cualquier hecho inesperado que la
contrariase desataba una rabieta extrema que podía durar hasta 2 horas. Nunca
era por un capricho sino algo externo que la desconcertaba y perdía el control
hasta el punto de volverse agresiva con sus propios padres. Cuando el berrinche
terminaba se sentía mal y no comprendía porque se había comportado así con
quien más quería. Otras cosas que llamaron la atención de sus padres es que no
parecía sentir dolor ni tampoco frío o calor, o al menos no en el grado que
sería de esperar. No se le daban bien los juegos de pelota, pero patinaba muy
bien y andaba en bici. Tenía problemas de pronunciación por lo que estuvo yendo
al logopeda de los 5 a los 7 años sin lograr avances significativos. En
infantil no conseguía aprender el nombre de los niños y niñas de su clase, le
costó mucho asociar cada color con el nombre que lo designa (azul, rojo,
verde…), escribía letras y números en espejo, pero… cada
niño tiene su ritmo decía su profesora.
Todo el que la conocía decía que
era una niña muy lista y resuelta, sin embargo, al empezar la Primaria llegaron
los problemas en el cole. Ya en primer y segundo curso parecía no rendir lo
suficiente, le costaba muchísimo la lecto-escritura aunque tenía buena
comprensión lectora, no conseguía identificar fonema y grafema, cometía
omisiones, sustituciones, inversiones, escritura en espejo incluso copiando un
texto… Le costó mucho aprender el nombre
de los números (no así su manejo conceptual), no conseguía aprender series como
los días de la semana o los meses, ni tampoco su fecha de cumpleaños, teléfono
de casa, etc. Se distraía frecuentemente
y parecía estar atenta a todo a la vez pero sin concentrarse en nada. Con 8
años aun no se ubicaba en el tiempo, no sabía en qué momento del día estaba,
palabras como “mañana, el próximo martes, o ayer” no eran significativas para
ella. La profesora consideraba que era vaga y no se esforzaba. Sus padres, sin
embargo, la conocían bien. Sabían de su curiosidad constante acerca del mundo
que le rodeaba, sus libros favoritos -que leían para ella- trataban sobre el
porqué de las cosas, sobre las ciencias de la naturaleza, le encantaba aprender
cosas, observar, desmontar mecanismos, comprender cómo funcionaban y volverlos
a montar, creaba pequeños artilugios que inventaba con materiales de reciclaje,
dibujaba muy bien para su edad y tenía una enorme creatividad. No es el perfil
de una niña “vaga”, es más, no creo que
a esa edad haya niños o niñas vagos
porque en su naturaleza está aprender y disfrutar haciéndolo. Y no me
refiero solo a los aprendizajes escolares sino también a aprender a controlar
sus emociones, su comportamiento, su forma de relacionarse con los demás, etc. Pero
para eso deben disponer de un cerebro y sistema nervioso suficientemente maduro
y desarrollado como para poder responder a los retos que la escuela y la vida
les presentan. Por otra parte, Lucía era cada vez más consciente de su lentitud
para hacer cualquier ejercicio en clase, su torpeza al leer (saltaba de línea,
leía palabras de atrás a adelante, inventaba el final de las palabras…), los
deberes eran una tortura, no conseguía memorizar las tablas de multiplicar… y
algunos de sus compañeros empezaron a tildarla de “tonta” cosa que llegó a
creerse. Su autoestima se vino abajo y sus padres luchaban día a día por
sacarle una sonrisa e intentar que al menos en casa se sintiese segura y
valorada.
A los 8 años llevaron a Lucía a
un centro para que le hiciesen un reconocimiento lo mas integral posible para
detectar qué problemas tenía y cómo podían ayudarla. Cuando llegó el primer
diagnóstico se sintieron desbordados: gran déficit de atención con alta
impulsividad, dislexia fonético-fonológica, problemas con la memoria de trabajo,
muy baja velocidad de procesamiento mental, lateralidad cruzada ojo-mano, problemas de
discriminación auditiva con hiperacusia en unas frecuencias e hipoacusia en
otras (resultó que no pronunciaba bien no por problemas de articulación sino
porque no distinguía auditivamente algunos fonemas), agudeza visual normal pero
con muchos problemas de visión (de
convergencia, acomodación, visión binocular ineficaz, problemas con los
movimientos sacádicos y de re-seguimiento, …), también tenía problemas de coordinación
motora y de integración sensorial, así como un alto grado de ansiedad y baja
autoestima. Complementando el estudio con otra especialista se detectó también
que tenía todos los reflejos primitivos sin integrar y muy activos[1]
lo que impedía la correcta maduración de muchas áreas de su cerebro y la
adecuada conexión entre las mismas (cerebelo, ganglios basales, sistema
límbico, córtex prefrontal). Por otro lado, otra doctora especializada en
déficit de atención y trastornos de la lateralidad, diagnosticó que su cerebro
se encontraba aun en una etapa pre-lateral del desarrollo funcionado como
homolateral alternante, no tenía desarrollado del patrón contralateral y la
actividad de su cuerpo calloso era escasa, sus hemisferios cerebrales no se
comunicaban adecuadamente. Había mucho sobre lo que trabajar. La buena noticia
es que todo era consecuencia de un solo problema: un desarrollo incorrecto del
sistema neuro-senso-psico-motriz y, afortunadamente, existen terapias de
estimulación neurológica que, junto con algunos tratamientos biológicos,
corrigen o minimizan estos problemas sin hacer uso de fármacos. Se requiere
constancia y disciplina pero los resultados merecen la pena.
Muchos niños y niñas afrontan
diariamente sus vidas con este tipo de
“mochila” a cuestas y la mayoría ni si quiera están diagnosticados. Hay
múltiples causas que pueden provocar alteraciones en el desarrollo neurológico
infantil. Se sabe, por ejemplo, que los niños adoptados tiene una mayor
probabilidad de sufrirlas -aunque no siempre sea así- como consecuencia de las
carencias físicas y emocionales, falta de estímulos sensoriales y motrices o
por intoxicaciones de sustancias que pasan al bebe desde la madre biológica vía
placenta (metales pesados, alcohol, drogas, radiaciones...). En el caso de
otros niños, los problemas pueden deberse a que no haya hecho el suficiente
ejercicio de suelo para lograr una buena maduración cerebral, o que su cuerpo
no sea capaz de eliminar correctamente los cientos de tóxicos a los que estamos
expuestos, o consecuencia de alguna infección vírica durante el embarazo. Otras
veces la causa es desconocida. En cualquier caso, los problemas que se originan
son muy semejantes y sólo tratando su causa (y no solo los síntomas que
provoca) podremos ayudar a estas criaturas y sus familias a superar sus
problemas y brindarles las oportunidades que merecen.
En esta situación, contar con la
ayuda de alguna asociación especializada que sirva de guía en el proceso es
fundamental para sentirse acompañado y respaldado por la experiencia de otras
familias. En palabras de la familia de Lucía, “el apoyo y orientación que nos ha brindado la asociación Laztana[2]
durante estos años ha sido fundamental para recorrer este camino, para comprender
a nuestra hija y saber ayudarla. Siempre le estaremos agradecidos y por eso
prestamos este testimonio para poner un poco de luz y esperanza en tantas
familias que seguro están pasando por situaciones similares. Queremos compartir
nuestra alegría y contribuir a dar a conocer estas terapias tan eficaces para
superar este tipo de problemas y ofrecer a nuestros hijos e hijas una vida
mejor y más feliz”.
Volviendo al caso de Lucía, la
mayor parte de las terapias que realizó fueron en paralelo con los cursos de 3º
y 4º de Primaria que resultaron duros y con unos resultados escolares muy
ajustados. Como relata la familia, fueron años agotadores con casi una hora de
trabajo diario en casa para aplicar las distintas terapias, mas el colegio y
los deberes que seguían ocupando mucho tiempo y esfuerzo. A lo largo de poco
más de dos años realizó las siguientes terapias: ejercicios diarios de
reorganización neurológica para integrar el patrón contra-lateral, lograr la
sincronización de sus hemisferios cerebrales incrementando la actividad de su
cuerpo calloso y mejorar su lateralidad (diario, 2 años); terapia BRMT o TMR[3]
de integración de reflejos primitivos (diario, 2 años); terapia visual[4]
(diario, 8 meses); terapia reeducación auditiva Berard[5]
(2 sesiones de 15 días cada una, una al inicio y otra año y medio después);
terapia psicológica (1 sesión semanal durante año y medio). Aproximadamente a
los 8 meses de iniciar las terapias se le aconsejó empezar una dieta libre de
gluten y caseína lo que mejoró sustancialmente el rendimiento de las otras
terapias.
Tras unos 6 u 8 meses de trabajo
empezaron a notarse los resultados. La niña estaba mucho más relajada y con
mayor capacidad de atención, su nivel lector también mejoró mucho. Al año de
iniciar las terapias se le diagnosticó también una intoxicación severa por
metales pesados (mercurio, plomo, cadmio, aluminio y plata) que su cuerpo no
era capaz de eliminar y que afectaban a su funcionamiento neurológico. Inició
un tratamiento con quelantes para ir eliminando progresivamente esos metales de
su cuerpo junto con suplementos de vitaminas y minerales de los que tenía
carencias. Después de dos años de
terapias era otra niña en todos los sentidos, o más bien, era la niña que
siempre estuvo ahí pero que no podía florecer. Las terapias acabaron en el
primer trimestre de quinto curso de Primaria y, después de haber terminado, la
niña continuó mejorando pues el proceso de maduración cerebral ya estaba
desencadenado y sin trabas, caminaba por sí solo. Terminó el curso con todo
notables y algún sobresaliente, siendo una de las niñas más atentas,
trabajadoras e incluso rápidas de la clase para sorpresa del profesorado que
dos años atrás no hubiera creído posible esta evolución.
Sigue siendo disléxica pero
incluso muchos síntomas que Lucía tenía que se asocian a la dislexia y que hacen
de ésta una condición aun más compleja, desaparecieron. La dislexia es también
un don y, posiblemente gracias a ella, Lucía tiene una creatividad
impresionante, alta capacidad de visión espacial, gran habilidad para resolver
problemas analizando la situación desde diferentes ángulos de una forma
integral, es capaz de ver lo que a otros se nos pasa por alto, tiene grandes
dotes artísticas y un futuro prometedor.
Lucia es una niña responsable y
trabajadora y ha aprendido una lección más valiosa para la vida que cualquiera de
las que aparecen en los libros de texto. Lucía sabe lo que significa el
esfuerzo y sabe valorar lo que ha logrado. Es una niña feliz que a menudo grita
“¡Soy la mejor!” y tiene razón. Llegará
donde se proponga porque alguien creyó en ella y supo descubrir ese diamante en
bruto y encontrar a quienes podían enseñarles las herramientas para pulirlo y
dejarla, por fin, brillar.
[5] En qué
consiste el método Berard de reeducación auditiva: http://www.es.berardaitwebsite.com/metodo-berard/por-que-hacer-ait-de-berard/
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